Mi García Márquez

El pasado 17 de Abril, Jueves Santo, fallecía el colombiano Gabriel García Márquez, a los 87 años, dejando un poco huérfanos a muchos de los lectores que hemos paladeado sus obras, escritas con una prosa magistral que revestía un fondo de sabiduría mágica a la que era muy difícil resistirse.

Se recuerda estos días por toda parte su vida, su obra y su importancia: uno de los escritores en lengua castellana galardonados con el Premio Nobel (concretamente, en 1982), autor de la que se considera la novela en nuestra lengua más importante después del Quijote (Cien años de soledad)  y uno de los  principales representantes e impulsores del denominado "Realismo Mágico", que tuvo mucho que ver con el fenómeno del Boom de la literatura hispanoamericana en los años 60, del que formaron parte otros escritores como Julio Cortázar, Carlos Fuentes o el también Nobel Mario Vargas Llosa.

En García Márquez se sintetizan magistralmente vida y literatura. Casi todos sus libros se nutren de sus experiencias vitales (especialmente, sus recuerdos familiares, vinculados a la historia de sus padres y abuelos, a su propia infancia en la casa familiar del Caribe colombiano y las historias llenas de magia que estos le contaban,  a su juventud en Sucre, a acontecimientos de los que fue testigo o le contaron...)  y profesionales: García Márquez era periodista, reivindicaba esta profesión y su dignidad, y no dejó de ejercer hasta hace unos años. 

Para él literatura y periodismo estaban muy ligados, y si por una parte escribía sus artículos con el mimo y la calidad dignos de su literatura (era un prosista maravilloso), por otra, muchas de sus obras literarias dejan clara la influencia de su profesión: por ejemplo, Crónica de una muerte anunciada, desde su propio título y la innovadora técnica narrativa de reconstruir una historia a partir de testimonios de testigos e implicados; Relato de un náufrago, basado en un suceso real que se investiga y reconstruye sobre todo a partir del relato de su protagonista, o Noticia de un secuestro, acerca de un aspecto  terrible de la realidad colombiana.

Y si vida, literatura y periodismo se mezclan habilidosamente en sus páginas, también lo hacen de una forma personalísima (aunque luego terminaría creando escuela) realidad y ficción, en lo que la crítica ha denominado "Realismo mágico": una forma de concebir y presentar la realidad  cotidiana como mágica, en la que lo maravilloso y sobrenatural no aparece como algo extraordinario, sino como parte esencial y natural del acontecer de las cosas. Seguramente porque así le mostraron a él la realidad sus abuelos, cuando era un niño pequeño ávido de historias, y así la asumió él con la naturalidad con la que la magia fluye luego en sus obras. Y eso que él insiste en que todo lo que cuenta es rigurosamente cierto, y que no es que su literatura sea mágica, sino que lo era ya la realidad en la que se inspira.

La principal de sus novelas, (o sea, Cien años de soledad) y alguno de sus relatos, se sitúan en un lugar mítico llamado Macondo, que él crea como el escenario rural y atávico propicio para esa realidad maravillosa, llena de sugerencias y evocaciones que retratan sus obras, y que algunos críticos sitúan como una alegoría de América Latina (aunque no sé yo si García Márquez estaría de acuerdo con esa interpretación, porque en muchas entrevistas y artículos se muestra reacio e irónico ante este tipo de lecturas).

 Sus personajes son siempre inolvidables ya desde su nombre, sonoro e intrasferible. Muchísimos están inspirados en personajes reales que conoció el autor,  y por fondo y forma han llegado a ser míticos Aureliano y José Arcadio Buendía, Úrsula Iguaín, Amaranta, Remedios la Bella, Petra Cotes, Fermina Daza, Florentino Ariza, Santiago Nasar, los hermanos Vicario...

Como los mitos, estas historias mágicas contienen un fondo de sabiduría acerca de la realidad que percibimos casi con el instinto y que dejan la huella profunda e imborrable de la verdad cierta e intuida a la que es difícil poner palabras, y que no siempre se deja medir y explicar por los fríos términos y conceptos de la razón. Como los mitos precientíficos y prefilosóficos, estas ficciones maravillosas nos acercan a la parte más profunda e inefable de nuestra realidad. Y ese es, yo creo, uno (pero solo uno) de los secretos del éxito universal de unos personajes y argumentos tomados de una realidad muy muy concreta: la Colombia caribeña en la que creció y vivió su autor.

Pero aparte de esas historias llenas de magia, realidad y maravilla, que acercan la novela y el cuento modernos a los relatos más tradicionales y ancestrales de la cultura latinoamericana (o tal vez universal), García Márquez es un verdadero prestidigitador, bueno, no, mago de las palabras: coloca como nadie una detrás de otra para crear esa prosa inimitable, donde cada una de ellas se vuelve imprescindible y se llena de ecos y significados que vuelan sin querer. Basta con abrir al azar cualquiera de sus páginas para comprobarlo, pero son justamente famosos muchos de los comienzos de sus obras, en los que además, sabe jugar hábilmente con el tiempo para que en ellos esté contenido y anunciado su final. Fijaos, por ejemplo, en el comienzo de Crónica de una  muerte anunciada:
El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros. «Siempre soñaba con árboles», me dijo Plácida Linero, su madre, evocando 27 años después los pormenores de aquel lunes ingrato
o el de Cien años de soledad:
 Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.

 Pero también dejan clara esa habilidad deslumbrante en el manejo de la palabra sus títulos, muchos de los cuales se han convertido en proverbiales y casi frases hechas que todos hemos repetido o adaptado alguna vez: Cien años de soledad, Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera, El coronel no tiene quien le escriba, El general en su laberinto, Del amor y otros demonios, o el título que dio a sus memorias, publicadas en dos volúmenes,Vivir para contarla.

Del hombre me quedo con los fogonazos de su figura y su biografía que puedo recordar sin releerla de nuevo: aparte de esa infancia mágica con sus abuelos, en su casa de Arataca, poblada de muertos e historias, y en la que él mismo declaraba nació su vocación no de escritor o periodista, sino de contador de historias, las penurias económicas que pasó hasta que se decidió a malvender cosas para poder encerrarse dos años a escribir su novela cumbre y salvación, sus Cien años de soledad. O su compromiso político con la izquierda (que algunos ahora cuestionan, ellos sabrán), su apoyo a directo y sin ambages a la Revolución cubana, y su enfrentamiento (hay quien dice que por esto, hay quien dice que por una mujer) con el también Nobel Mario Vargas Llosa.

Y cómo olvidar su rebeldía vestida de blanco entre tantos hombres de negro, al acudir a recibir el Nobel vestido con el liquiliqui, traje típico colombiano, rechazando, como luego haría verbalmente, ese frac que según él traía mala suerte (como lo creía su abuela y a él se lo había enseñado su madre) y que del que  además le molestaba "que ni siquiera es un traje nacional de ningún país, es un traje de clase, una clase que no es mía, a la cual no he pertenecido y contra la cual estoy".

Esa misma rebeldía la mostró con una de las cuestiones hasta entonces casi intocables, al menos desde la intelectualidad, de nuestra lengua: la unidad y el respeto a su norma, en concreto, su ortografía. Él defendía fervientemente la simplificación de nuestra gramática y nuestro sistema de escritura (cuestión sobre la que hemos hablado alguna vez en Diente de león), y así lo dejó claro en su discurso "Botella al mar para el dios de las palabras"

Y una última pincelada para su retrato: su rechazo, tras el Nobel, a recibir ningún otro premio literario ("Pienso que una vez que un escritor recibe el Nobel, debe dejar el camino abierto a los más jóvenes para que consigan otros premios"), entre ellos el Cervantes, máximo galardón de nuestras letras.

Yo supe de García Márquez desde muy pequeña, porque mi padre era lector y admirador, y hablaba siempre de Cien años de soledad (de la que tenía la famosa edición con la E al revés) como uno de sus libros de cabecera. Pero no fue hasta los 20 años que me decidí a leerlo (a diferencia de ahora, en COU no se leía a Gabo, sino a Julio Cortázar). Fue durante unas vacaciones en el Vendrell, en Barcelona, y precisamente porque mi padre siempre llevaba Cien años... en el coche. Una noche, sin otra cosa que leer, abrí el grueso volumen y se produjo, como para muchos, un enorme descubrimiento, por un libro diferente, musical, que se leía como un cuento maravillosamente contado que tocaba esas teclas del corazón y la memoria que tantas veces parecen dormidas. 

Así que luego seguí por los Doce cuentos peregrinos, hasta llegar a la que es mi novela preferida, por razones supongo muy personales: El amor en los tiempos del cólera, la maravillosa historia de amor entre Fermina Daza y Florentino Ariza, capaz de atravesar toda una vida de causas y azares. Y soy muy conocedora de Crónica de una muerte anunciada, porque di clase en 2º de Bachillerato varios años, y hasta realicé una guía de lectura, hoy desfasada (muchos de sus enlaces han desaparecido) y que un día de estos tengo que ponerme a actualizar. Y no olvidaré tampoco la breve pieza teatral Diatriba de amor contra un hombre sentado, descripción en prosa (otros lo intentaron en verso) muy cercana a lo que yo creo que es eso del amor. 

Son libros que he releído montones de veces, y que siempre volveré a releer, porque además  son de esas obras que crecen contigo, y como el río de Heráclito, nunca son las mismas, porque tú tampoco lo eres, claro.

En estos días, la prensa escrita, la televión  e Internet se han llenado en de textos, imágenes, estudios, semblanzas, recuentos y entrevistas, y yo no voy a contaros nada que todo ese material no os cuente mejor (incluso hacer una selección de enlaces, aunque necesario, me parece una tarea ardua que dejo para más adelante). Así que a modo de homenaje y recuerdo, no puedo sino hablaros de mi García Márquez, el que yo descubrí, leí y admiré, porque  si es cierto que no hay dos lectores que lean el mismo libro (como no es posible bañarse dos veces en el mismo río), también lo será que no hay dos lectores que conozcan al mismo autor. Así que aquí os estoy dejando un García Márquez, el mío, por si acaso esto os anima a encontrar el vuestro.

Y para eso, os dejo de momento un par de enlaces sencillitos pero que están muy bien como toma de contacto:
  • Para acercarnos a su genio y figura, una selección de anécdotas y curiosidades como la que nos ofrece Papel en blanco
Pero aviso que García Márquez volverá, sin duda, a Diente de león. Aunque como siempre, lo urgente no deje tiempo a lo importante....


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