Miguel Hernández: la poesía que no cesa



La poesía de Miguel Hernández, que nosotros estudiamos como broche de oro a nuestro paseo por la Generación del 27, es en realidad como un puente entre la poesía de antes y después de la guerra, porque en ella se dan rasgos característicos de la Generación del 27 (que hicieron que, a pesar de que por edad no puede incluirse en ese grupo poético, porque es bastante más joven, el propio Pedro Salinas lo calificara de "genial epígono de la Generación del 27"), pero también algunos otros que son propios de la poesía de posguerra.


Así, comparte con la Generación del 27:
  •  su afán de renovación del lenguaje poético,
  • su mezcla de tradición (sobre todo en el uso habilidosísimo de estrofas tradicionales -octavas, décimas, tercetos, sonetos, cuartetos, la rima consonante perfecta- o recursos parecidos a los poetas del siglo de Oro -dobles sentidos, antítesis, juegos con frases hechas, etc.) y vanguardia (especialmente las metáforas sorprendentes, renovadoras y muy expresivas),
  • su mezcla de lo culto (los recursos, el léxico -muy preciso y lleno de palabras cultas-, la métrica, las propias metáforas) y lo popular (en su obra son continuas, por ejemplo, las referencias a elementos humildes o de la vida campesina) 
  • su mezcla de lo personal e individual (su poesía es en gran medida reflejo preciso de su vida, sobre todo de sus circunstancias más emotivas y trágicas) con lo universal (el dolor, la vida. el amor, la muerte, la rebeldía ante la opresión o la injusticia...)
Pero comparte con muchos poetas posteriores a la guerra otras cosas:
  • la hondura humana, que culmina esa evolución desde la preocupación sobre todo por la forma (la literatura como creación pura y deshumanizada o como juego), propia de vanguardismo, a la "rehumanización" de la poesía, o sea, hacia una poesía que habla ya del hombre y la sociedad; ese paso del "yo" al "nosotros" común a caso todos los poetas del 27 
  • el compromiso social y político: la poesía se convierte en denuncia, en llamada a la acción para acabar con las injusticias, la opresión o la falta de libertad. O sea, en un arma para cambiar el mundo (no en vano, el régimen franquista intentó destruir algunos de sus libros, aunque afortunadamente no lo consiguió).

En su corta pero densa trayectoria como poeta podemos destacar varios títulos:

  • Tras su primera obra, titulada Perito en lunas (en el que aparecía una poesía muy preocupada por la forma al estilo de Góngora) llega su primera gran obra: El rayo que no cesa  (1936). en la que aparecen ya sus  grandes temas: la vida, el amor, el dolor y la muerte, que aparece ya como un oscuro presagio, expresados a través de formas métricas clásicas (la mayor parte de los poemas son sonetos)  y un uso muy personal y expresivo de las metáforas y otros recursos estilísticos que hacen que sean poemas muy elaborados formalmente. En este libro se incluye su famosa "Elegía a Ramón Sijé", escrita tras la muerte de su gran amigo.
  • Con el estallido de la guerra, su poesía se llena de su compromiso social y político, en dos grandes titulos, en los que el lenguaje se hace mucho más claro y directo, como si en ellos importara más el fondo que la forma.
    •  Viento del pueblo (1937), título que el propio Miguel Hernández explicó: "Los poetas somos viento del pueblo, nacemos para pasar soplando a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas". Hay poemas sobre la guerra y poemas sociales, como El niño yuntero.
    • El hombre acecha (1939) sigue esta línea de poesía comprometida, pero pone mayor acento en la expresión del dolor personal por la tragedia de la guerra.
  • En la cárcel escribirá la mayor parte de su último libro, Cancionero y romancero de ausencias (1938-41). Es un libro más inspirado en la lírica popular y lleno de poemas conmovedores, tanto por la terrible situación en y de la que surgen (Miguel encarcelado, sin esperanza, separado de su mujer y su hijo, que sufren fuera la miseria y la represión consecuencia de la guerra sin que él pueda hacer nada) como por la desnudez y la intensidad de la expresión que emplea ahora el poeta. Entre ellos destacan las famosísimas Nanas de la cebolla.
Por tanto, la poesía de Miguel Hernández está profundamente imbricada en su vida, y en sus poemas podemos reconocer clarísimamente las situaciones que  le tocó vivir y los sentimientos que en él provocaron. Además, se percibe claramente una evolución desde sus primeros poemas, deslumbrantes por la forma, a una poesía en la que cada vez esa perfección formal importa menos en favor de la expresión directa, sencilla, desnuda e intensa de unos sentimientos cada vez más desgarradores.

Y todo ello, constituye., además de un testimonio profundo y emotivo de los grandes abismos del vivir y el sentir humano (en su caso acentuados por las dramáticas circunstancias en que transcurrió su vida), sin duda, una de las cimas de toda nuestra poesía . No os lo perdáis.

Yo quiero terminar este post, precisamente, con el poema que él tituló "Canción última", a la que puso música en los años 70, como a otros muchos poemas de Miguel, Joan Manuel Serrat

Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.

Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa,
con su ruinosa cama.

Florecerán los besos
sobre las almohada.

Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su inmensa enredadera
nocturna, perfumada.

El odio se amortigua
detrás de la ventana.
Será la garra suave.
Dejadme la esperanza.










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